¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Evangelio de hoy

Evangelio según san Lucas 5, 33-39


En aquel tiempo los escribas y fariseos le dijeron a Jesús: Los discípulos de Juan
ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben. Jesús les dijo: ¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días. Les dijo también una parábola: Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los odres se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: El añejo es el bueno.


Algo para la reflexión, por:

José Gilberto Ballinas Lara
(Maestrante: Filósofo, comunicador y psicólogo)

Amigas y amigos:
Un gusto volver a compartirles estas breves y sencillas meditaciones personales del evangelio del día.

El Señor había dado marcha a su ministerio de salvación. En el texto de hoy, san Lucas expone que Jesús, encontrándose compartiendo la vida con Leví - el cobrador de impuestos que había sido llamado por Él y había dejado todo para seguirlo-, en el contexto de un banquete, acompañándose de sus discípulos pero también de cobradores de impuestos; es cuestionado, nuevamente, por fariseos y escribas que le seguían los pasos:  Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben (Ya en los versos anteriores 30-32, Jesús les había dejado claro que, su salvación no excluía a los pecadores, por el contrario eran ellos los inmediatos beneficiarios de su misterio de redención Vayan y aprendan que significa <<Misericordia quiero, no sacrificios>> No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores).

Nuevamente, estos personajes (fariseos y escribas) querían hacer caer en contradicciones a Jesús. ¿Cómo era posible que los seguidores de Jesús comieran con pecadores mientras los auténticos discípulos del bien (de los fariseos) ayunaban? ¿Cómo podía permitirles a ellos beber mientras los discípulos de los escribas oraban? Según ellos, hasta los seguidores de Juan el Bautista ayunan y oran, es decir, se esmeran en cumplir las leyes judaicas. Los seguidores de Jesús, no, lo cual les daba el crédito. La respuesta del Señor fue inmediata y precisa:  ¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días.

El argumento de Cristo es lógico: En una celebración o fiesta, mientras el anfitrión esté presente, los invitados no tienen más que disfrutar de la misma. El que invita lo hace para compartir su alegría, compartir de sí a los invitados. Abre su vida y la participa a los convidados para que disfruten de ella. El. Hacer lo contrario, sería absurdo. Además, anuncia ya, de algún modo, su misterio pascual: Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días., pero probablemente sus interlocutores no
descubrieron esa revelación tan importante que, Jesús les estaba poniendo de manifiesto.

Cuántos de nosotros bautizados, que nos hacemos llamar Cristianos, teniendo la bendición del Señor en nuestra vida, participando de la vida de Iglesia, teniendo los signos sacramentales a nuestro alcance, nos dejamos llevar por las aflicciones, los problemas, adoptando conductas que nos separan más y más de Cristo, dejando de lado la realidad de fe de la presencia verdadera de Dios en nosotros. ¿Estar en misa lleno de tristeza y desolación? ¿Estar casado por la Iglesia y renegar de nuestra vida? ¿Ser un religioso o religiosa apático? ¿Un seminarista, diácono o sacerdote que no disfruta de su misión? ¿Absurdo no creen? Pero es muy común, en buena medida, por la poca o nula conciencia de la presencia efectiva y verdadera de Dios en nuestras vidas.


Pidamos al Señor que nos ilumine con su Santo Espíritu, para contemplarlo en nuestra realidad y así poder alegrarnos por su presencia entre nosotros.

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