"Amad a vuestros enemigos" Evangelio de hoy


 Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

Algo para la reflexión:
José Gilberto Ballinas Lara
(Maestrante: Filósofo, comunicador y psicólogo)

Buen día amigas y amigos.

Seguimos contemplando el testimonial del evangelista san Lucas, el evangélico sinóptico de la caridad.

Jesús continúa su discurso en la montaña. Esta vez, propone algunos exhortaciones prácticas de la vida que deben realizarse para ser verdaderos discípulos suyos e hijos amados del Padre. No son solo máximas éticas que busquen una mejor convivencia en sociedad. Son prácticas que deben ir conformando un cambio de actitud al modo de Cristo.

Amad a vuestros enemigos. ¿En qué cabeza cabe? Por naturaleza el ser humano tiende a contrarrestar cualquier agresión o ataque con otra agresión igual o peor. Alguien nos hace daño y respondemos con rencor y odio. Hay quienes dicen lograr perdonar pero viven con el deseo de no volver a encontrarse con el agresor porque “No sé cómo reaccionaría”. Esto es generado por los impulsos naturales. Entonces, ¿por qué el Maestro Jesús exhorta a amar a quien no nos ama?

Por otro lado, los seres humanos tenemos la posibilidad de cambiar nuestras conductas impulsivas por otras surgidas de la sana y recta razón. Esto supera en mucho la conducta impulsiva. Nos habla de una conducta racional, madura. ¿Aún así, aunque aligeramos no responder a la violencia con violencia, cómo hacer para responder con el amor? Parece imposible de realizar. Para entender mejor esta disyuntiva, el mismo Jesús propone otra máxima Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Esta exigencia también es lógica. Todos, sin excepción deseamos ser amados. En nuestra sociedad, es común realizar los intercambios, con el fin de obtener un beneficio. Este mismo principio aplica en el amor. Si deseo amor, debo dar amor. ¿Pero amar incluso al que no me ama? El Señor Jesús es claro con el imperativo categórico del sí, amar a nuestros enemigos.


Otro aspecto que ayuda mucho a aclarar la exigencia de Jesús de amar, es el del mérito personal, hacer más allá de lo común Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman.

Para construir una auténtica comunidad eclesial, es necesario poner especial atención en la vivencia de la caridad y el amor entre los bautizados. Desde el momento de recibir la salvación por Cristo, estamos llamados a practicar cada vez con más ímpetu el amor a los demás. En esto se podría resumir el Evangelio. Amar, independientemente del destinatario, amigo o enemigo, es más, en última instancia, el que ama en plenitud deja de ver en el otro a un enemigo, por el contrario, ve a un prójimo con la necesidad de ser amado.


Pidamos al Señor que nos haga sentir su gran amor para que, sintiéndonos llenos de él y no pudiéndolo contener, lo compartamos con nuestros semejantes.

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