El deber de la familia en las vocaciones sacerdotales


José Gilberto Ballinas Lara
Maestrante en Psicología del Adolescente

Como he escrito en otro artículo, la auténtica familia cristiana tiene el deber principal de procurar la felicidad de sí misma mediante la realización de cada uno de sus miembros. Esto supone cultivar valores humanos y cristianos, virtudes, que conformen la cultura y personalidad de los hijos en miras a su realización personal, lograrlo traerá como consecuencia la alegría y satisfacción de los padres, esto finalmente redunda en la felicidad de dicha familia.

Cuando los hijos llegan a la edad en que empiezan a vislumbrar un proyecto personal de vida, suelen encontrarse con la realidad de la “vocación”, concepto que proviene del latín vocare que significa “llamado” donde algunos se cuestionan ya sobre el llamado al servicio del pueblo de Dios mediante el sacerdocio ministerial.

En cuanto a las vocaciones al Ministerio Ordenado, el Magisterio de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, dice lo siguiente “El deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana; ayudan a esto, sobre todo, las familias que, llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario […]” (Decreto Optatam Totius, núm. 2)

El texto expuesto, deja en claro la relevancia que tiene para la Iglesia, el ver a la familia como una instancia donde se debe privilegiar el fomento a las vocaciones sacerdotales. La tarea es que cada integrante de la familia deba hacer grandes esfuerzos por llevar una vida cada vez más cristiana y conforme a los consejos evangélicos, para que el Señor actúe libremente en ella, la familia, y en sus integrantes.

Nos damos cuenta cómo, en el esfuerzo por vivir una vida más conforme a la voluntad de Dios, la familia va poniendo las bases para realizar sus proyectos y la de cada uno de sus integrantes, y en cuanto a la vocación de los hijos, va permitiendo que el Espíritu de Dios, gracias al espíritu de fe, de caridad y de piedad, la conviertan, ya, en una casa de auténtica formación cristiana, en un seminario, semillero de vocaciones sacerdotales, que harán que la felicidad del futuro presbítero incentive la felicidad de toda la familia.

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