«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» Evangelio de hoy 02-11-2012


2 de Noviembre: Conmemoración de todos los fieles difuntos

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Algo para la reflexión

José Gilberto Ballinas Lara

Estamos conmemorando a los fieles difuntos. ¡Qué día tan oportuno para reflexionar sobre la realidad de la muerte! ¿Por qué retomar este tema? Antes de responder, permitan  realizar la siguiente pregunta ¿Existe racionalmente hablando algo más evidente y seguro que la muerte? En último término podríamos dudar de todas las cosas, ya que se desconoce con certeza lo que ellas son. Aunque la muerte se presenta, a primera instancia, como un misterio, es indudable que llegará a todos irremediablemente. Quiero destacar las dos posturas más comunes en el tema: La muerte como un fin absoluto (después de ella nada hay) y la muerte como un medio para llegar a un estado de vida más pleno (la vida prolongada hacia la plenitud). 

El Texto de san Lucas nos coloca en el contexto de la pasión del Señor, en la ante sala de su muerte en la Cruz. Una vez elevado en ella, Cristo, luego de un juicio injusto y, por consiguiente, una sentencia absurda, se encuentra compartiendo el suplicio de la cruz con dos auténticos malhechores. Uno de ellos, por medio de un reclamo, buscó incitar a Jesús a bajar de la cruz y abandonar, así, la voluntad del Padre «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Al instante, recibe el consuelo del otro malhechor que "lo motiva" a continuar (válgase la expresión) con su entrega generosa por la salvación de muchos «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho» 

No es descabellado pensar que ambos malhechores, ante la experiencia límite de la irremediable muerte que les esperaba, además del dolor, sintieran el natural miedo a lo desconocido; a esa realidad que veían llegar. 
El primero, completamente temeroso ve a Jesús como una posible salida, le incita a liberarse y liberarlo también, sin   reconocer sus condición de pecado, ya que no aceptaba experimentar la muerte, muy probablemente, por pensar que después de ella no hay nada más. 

Por el contrario, el otro, logra vencer el miedo, vio en el Señor una luz de esperanza, o mejor dicho, la única esperanza de una vida más allá de la muerte y reconoce su condición de injusto y pecador, arrepintiéndose de ello y aceptando a Jesús como verdadero Dios «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

Dos maneras (de modo general) de concebir la realidad de la muerte. Como un fin y como un paso a la plenitud de la vida. Independientemente de cuál sea la que se asuma, es tarea de todo ser humano, en condiciones normales, pensar en ella, pero sin dejar de lado la otra realidad irrefutable, la vida. Se piensa en la muerte porque se está viviendo, existe reciprocidad entre  la vida y la muerte diría yo. 

Como Cristianos es claro que asumimos la segunda postura ideológica. Creemos que por Cristo y en Cristo tenemos Vida Eterna. Claro que para ser merecedores de ella es necesario hacer, lo que nos enseñó el malhechor arrepentido,  reconocer nuestra condición de pecadores y creer que Cristo es Dios, como el Padre y el Espíritu Santo; y el único que puede salvarnos y hacernos partícipes, después de la muerte, de su vida en abundancia.

Nos unamos en oración a Dios para pedir por los fieles del Señor que han pasado por la experiencia de la muerte, para que pronto disfruten de la vida eterna. Y que a nosotros nos conceda la fe necesaria para creer en Cristo y demostrar nuestra fe, llevando una vida conforme a su voluntad y escuchar, a la hora de nuestra muerte, las hermosas palabras del Señor diciéndonos «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso»

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