Evagelio de hoy 23-04-2013



“Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi”.

Del santo evangelio según san Juan 10, 22-30
 
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
- “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”.
Jesús les respondió:
- “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”.


Palabra del Señor.


Breve comentario
José Gilberto Ballinas Lara
MAESTRANTE (Filósofo, comunicador y psicólogo)
La lectura del evangelio de hoy nos presenta nuevamente a Jesús siendo persuadido por judíos (seguro que entre ellos estaban fariseos y escribas) que, como de costumbre, querían condenarlo. Esta ocasión le exigen  responda Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. En dicha actitud podemos constatar que ellos no creían en él, por el contrario, buscaban provocar a Jesús para que respondiera con un ¡sí! y entonces fuera acusado de blasfemo, condenándolo a muerte y dejara de ser un problema para ellos y sus intereses.

Sin embargo, no se habían percatado que el Señor, con todos sus “signos” y prodigios, ya había manifestado su condición de Hijo de Dios; y así se los hace saber “las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi”.

Las obras o “signos”, como lo define el evangelista Juan, realizadas por Jesús son de tal magnitud y trascendencia que nunca en el antiguo testamento existió alguien, ni Moisés, ni Elías, ni cualquiera de los demás profetas, que las pudiera realizar del modo como Jesús las ejecutó, con poder y autoridad.

En nuestra vida como cristianos, el Señor sigue actuando y realiza infinidad de prodigios a nuestro favor. Pero suele suceder que, por vanagloria y orgullo, no nos percatamos, por considerar dichos acontecimientos como algo cotidiano y, o, que nosotros mismos somos la causa de ellos, convirtiéndonos nosotros también en esos judíos incrédulos.

Imploremos la misericordia del Señor para que su Espíritu, que mora en nosotros desde el Bautismo, nos haga abrir los ojos a la obra que Cristo hace en nuestra realidad particular, y reconociéndolo creamos en él, viviendo como verdaderas ovejas suyas, siguiendo su voz y nos conceda así la vida eterna.

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