Alegrarnos por tener en el Beato Juan Pablo II un ejemplo de santidad

José Gilberto Ballinas Lara

En esta edición encontrarán varios aspectos sobre la beatificación de Juan Pablo II, este ilustre siervo de Dios que hizo todo por hacer la voluntad de su Señor lo cual le ha valido para llegar a la beatificación.
La santidad es una realidad que muchos no entienden, sea por no ser creyentes cristianos, sea por no contextualizar la misma, etc. La verdad es que el tema de la santidad, para muchos, carece de importancia.
Todo bautizado en la Iglesia de Cristo recibe los incontables dones espirituales que se desprenden de él, Cristo mismo. Nuestro Señor Jesucristo, mediante el Sacramento de iniciación (Bautismo) nos hace hijos adoptivos de Dios (cf. Ef 1, 4-5). Esto derrama sobre nosotros las bendiciones que Dios tiene para todo aquél que Crea en Cristo y se convierta a la fe.
Es mediante al Santo Espíritu que Dios nos comunica y revela el llamado fundamental que Él mismo ha hecho para todos, la vocación a la santidad y ser así santos e inmaculados ante Él por el amor.
Esta vocación fundamental se acentúa de modo especial en los que reciben el Sacramento del Orden, ellos tienen la necesidad y la exigencia de hacerse santos, por los méritos de Cristo de quién han recibido el don del sacerdocio ministerial, se convierten así en Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia.
Juan Pablo II, un cristiano ejemplar desde su infancia y juventud, nos demostró que es posible responder a ese llamado fundamental de Dios, la vocación a la santidad, desde la realidad particular que le tocó vivir llena de dificultades. Además, siendo ya pastor fue consolidando su respuesta a Dios en pro de la santidad. Como Sumo pontífice manifestó en todo momento el amor de Cristo reflejado en la práctica de la caridad hacia los demás, a la manera de nuestro Señor Jesucristo.
Del testimonio de Juan Pablo II tenemos infinidad de enseñanzas. Ahora queremos destacar el impulso que dio al ser humano en su condición de “persona” visión más completa de la realidad del hombre y que supera en mucho a innumerables reduccionismos antropológicos. Estuvo siempre en defensa de la persona y de sus derechos esenciales, promoviendo el amor y la dignidad hacia la misma desde la concepción hasta su fin natural.
Unámonos a la alegría que embarga a la Iglesia de Cristo por este acontecimiento. Y pidamos a Dios que a semejanza del Beato Juan Pablo II podamos responder cada vez con más ímpetu al llamado a la santidad que el Señor nos hace y poder ver a los demás como personas íntegras y defender su dignidad y derechos.

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