Texto del evangelio (lc 9,1-6): “En aquel tiempo,
convocando Jesús a los doce, les dio autoridad y poder sobre todos los
demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el reino de dios y
a curar. y les dijo: «no toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni
pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa,
quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os
reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio
contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la buena nueva
y curando por todas partes.”
Algo para reflexionar
Por: José Gilberto B.
L.
En capítulos anteriores,
el evangelista san Lucas, vimos cómo el Maestro Jesús conformó un grupo
numeroso de discípulos. Después, como entre ellos eligió a doce para que
estuvieran con Él. En lo sucesivo los fue formando a su manera. Ahora, ha llegado
el momento del “envío”.
Como vemos san Lucas
define que una vez elegidos los doce Apóstoles quienes habían ido siguiendo al
Maestro durante su ministerio. Lo habían visto predicar (anunciar la salvación,
pero también denunciar lo que estaba mal), sanar enfermos y resucitar muertos,
así como expulsar espíritus impuros. Ahora, estos mismos testigos de Jesús, una
vez reunidos por Él, “les dio autoridad y poder sobre todos los
demonios, y para curar enfermedades”
La autoridad de
Cristo sobre los demonios ahora estaba, en buena medida, en manos de los Apóstoles.
Además recibieron un poder único, el poder de Jesús, para curar enfermedades. Hasta
este punto, ningún otro de los que seguía a Jesús recibió tales cosas. ¿Quiénes
eran pues esos doce? Nada más y nada menos que, como he dicho, los elegidos por
Él para compartir su vida y ministerio.
Así como los doce, Cristo nos invita a ser sus discípulos, a seguirlo y a dejarnos
educar por Él. Muchos quisiéramos tener, al menos, un poco del poder y la
autoridad que tiene el Señor, pero poco o nada hacemos para merecerlos. Para
ello tendríamos que agradar a Dios con nuestra vida.
Reflexionemos sobre
lo que ha sido nuestra experiencia de vida, desde que recibimos la fe en Cristo
hasta el día de hoy, y, una vez que hemos descubierto nuestras limitaciones
hagamos un mayor esfuerzo por vivir conforme la voluntad del Señor. Además,
oremos por el magisterio de la Iglesia (el Papa y los obispos- sucesores de los
apóstoles) para que el Señor les conceda la sabiduría necesaria para guiar
fielmente al Pueblo de Dios.
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