Texto
del Evangelio (Lc 8,16-18): “En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie
enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho,
sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues
nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser
conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará;
y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».”
Algo para la reflexión
Por: José Gilberto B. L.
Bonita semana tengan todos.
En el texto de hoy, san
Lucas nos expone una enseñanza que viene a reafirmar la parábola del sembrador
de versos anteriores.
En la comparación del
sembrador, el Maestro Jesús define que la semilla de la sabiduría que emerge de
la Buena Nueva, es acogida por aquellos con espíritu sencillo y humilde, por lo
que esa ciencia divina se encarna en ellos hasta dar nuevos frutos.
Después de esa parábola Jesús
propone otra figura: “«Nadie enciende
una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que
la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.” Nuevamente
el sentido común sale a relucir. Así como una lámpara supone una necesidad de
iluminar un espacio sin luz, una persona que ha recibido el beneficio de la
revelación divina no puede excluirse de responsabilidad de darla a conocer,
especialmente a los que la desconocen.
Además de la anterior la
figura siguiente “al que tenga, se le
dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».”, hace
referencia al sentido de administrar que conlleva ser portador de un poder
cualquiera. Quien recibe la Buena Nueva se convierte en un administrador de
dicho conocimiento y como tal debe administrar bien. De ese modo Cristo promete
que éste recibirá aún más de lo que tiene. Por el contrario el mal
administrador perderá todo.
Los bautizados vamos
recibiendo gradualmente la revelación del Señor: La catequesis infantil, el
catecumenado, la formación específica como agente de pastoral, etc., nos hace
partícipes del conocimiento del misterio de Cristo, y más aún, nos debe hacer
vivir ese conocimiento, encarnarlo para que la transmisión del mismo a los
demás sea más claro y creíble.
Roguemos al Señor que nos
haga más dóciles a su palabra para que, sintiéndonos elegidos por Él, acojamos
con humildad la Buena Noticia de la salvación y la hagamos patente en nuestra
realidad particular.
Comentarios
Publicar un comentario