Evangelio según San Lucas 6,20-26.
Jesús, fijando la mirada en sus discípulos,
dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre,
porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien,
los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa
del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día,
porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los
padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen
su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están
satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque
conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la
misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
Algo para la reflexión:
Por: José Gilberto Ballinas Lara
(Maestrante: Filósofo, comunicador y psicólogo)
Hola a todas y todos:
Uno de los pasajes más esperanzadores del evangelio es el que nos
presenta hoy, san Lucas, con el título de “discurso del monte”.
Jesús había subido al monte a orar y después eligió a sus doce
apóstoles. Luego de lo cual bajó con ellos hasta un lugar llano, donde se
encontraban discípulos suyos, así como un gentío proveniente de toda Judea,
Jerusalén, Tiro y Sidón. Estos habían hecho el viaje para escucharle y para ser
sanados de sus enfermedades. El texto especifica bien que del Maestro Jesús emanaba
una fuerza liberadora y sanadora, y que, por ese motivo muchos se acercaban a
tocar su túnica.
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino
de Dios les pertenece! Dijo Jesús fijando su
atención a sus discípulos. ¿Las también llamadas bienaventuranzas habrán sido
únicamente dirigidas a los seguidores del Señor? Si tomamos únicamente el
sentido literal de este texto evangélico, podría pensarse que así fue. Sin
embargo, como he dicho, habían también un número grande de personas provenientes
de otros lugares, la mayoría tal vez en condiciones de pobreza. Si el Maestro
ve primero a sus discípulos puede ser porque quería hacerles saber que su
sacrificio (haber dejado su patrimonio, su familia, etc.,) por seguirlo en
medio de las limitaciones (“El hijo del hombre no tiene un lugar para reclinar
su cabeza”) y más aún, su pobreza de espíritu, al estar renunciando a su
orgullo, al pecado, sería recompensado otorgándoles el Reino de Dios.
En
contra posición Jesús dijo después ¡Ay de
ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de
ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¿Cómo
es esto?, ¿Hace un momento había pronunciado palabras de aliento y esperanza, y
ahora estas expresiones son un fuerte reclamo con tono de amenaza? Sí, tal
cual, Jesús habla a quienes son ricos por los bienes materiales que han
acumulado, por la soberbia de la supuesta autosuficiencia, de la aparente
sabiduría que se posee. Así nos lo
presenta hoy san Lucas.
Jesús deja claro
a sus oyentes que la pobreza es condición necesaria para seguirlo e implica
renuncia y conversión. Dejar nuestro limitado proyecto por el incomprensible
proyecto de Dios para con nosotros. ¿Fuertes palabras, cierto? Pero de eso se trata
la Buena Nueva. Hay que ser pobre para acogerla, de hecho solo los pobres son
capaces de volver la mirada a Dios, así como esa muchedumbre, la necesidad
supone una búsqueda de solución, y como no se puede buscar en lo material, se
busca en lo espiritual que lleva a Dios.
Cuántos
cristianos católicos viviremos encadenados a nuestros bienes materiales y a la
vez tratando de seguir al Señor Jesús. Esto es absurdo, pero es más común de lo
que nos imaginamos. “Nadie puede servir a dos amos” dice el Señor en otro texto
del evangelio. Nuestro trabajo debería ser despojarnos cada vez más de lo que
nos aparta de Dios (la aparente autosuficiencia) y aceptar nuestra condición
limitada e imperfecta para hacernos más pobres y, solo así, recibir la Buena
Noticia de Cristo.
Pidamos a María
Santísima que, con la humildad y pobreza de corazón que demostró siempre al
aceptar el plan de Dios de ser Madre de Cristo, nos ayude a empobrecernos para
ser ricos a los ojos del Señor.
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