
Algo para la reflexión:
Por: José Gilberto Ballinas Lara
(Maestrante: Filósofo, comunicador y psicólogo)
Buen día tengan todos.
En el Evangelio de hoy, nos encontramos al Maestro Jesús transgrediendo una
de las tradiciones judías, la que respecta a “guardar el sábado”. Por supuesto,
una nueva oportunidad para los fariseos en su afán por destruir a Jesús.
Era sábado, dice san Lucas, y el Maestro atravesaba unos sembrados, sus
discípulos cortaban las espigas y las comían. ¡Vaya bajeza! La ley judaica
exigía, que todo Judío debía evitar cualquier acción que no fuera relacionada
al culto a Dios. ¿Cómo se atrevían a desobedecer un precepto tan importante?
¿Atentar contra Dios?
En respuesta, Jesús menciona que el mismo rey David desacató una ley
comiendo del pan de la ofrenda que únicamente podían consumir los sacerdotes. En
el fondo, Cristo quería demostrar que, entre las auténticas leyes dadas por
Moisés al pueblo de Dios, hay jerarquías y niveles de importancia. En este
sentido, la ley natural de la supervivencia se antepuso, en el caso de David,
al precepto del pan destinado a la ofrenda.
Este es un nuevo ataque del Maestro Jesús contra las más de 600 leyes
que conformaban el Halajá la ley que regía a los judíos. Se habían convertido en
carga para el pueblo de Dios, ya que su cumplimiento era casi imposible de
realizar y sucedía a menudo que ni los maestros de la ley, ni los escribas y
fariseos hacían por cumplirlas.
Por si la explicación del
Señor no hubiera sido suficiente, al igual que ayer, hoy da a conocer su
condición mesiánica “Y les dijo:
«El Hijo del hombre es señor del sábado»” y que eso es suficiente para actuar,
incluso contra las insipientes leyes dadas a los judíos.

¿Un ejemplo común, no crees? De igual modo, en ocasiones nos volvemos
jueces y tratamos de imponer como una carga el Evangelio; corrijo, lo que
nosotros entendemos de él a los demás, siendo que el mismo Cristo dijo que la
Buena Nueva es salvífica y liberadora.
Hagamos oración para que el Señor nos haga dóciles a su palabra y
sepamos discernir (con misericordia) nuestros actos, para que siempre, por
encima de pesadas normas, practiquemos el bien, en todo momento.
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