Por: José Gilberto
Ballinas Lara
Maestrante en Psicología del adolescente
Es muy común observar en varias familias expresiones como ¡Es que nadie me toma en cuenta! ¡Es que yo hago todo! ¡Me merezco lo mejor! ¡Puedo hacer lo que me venga en gana! Y otras más. Estas pueden ser manifestaciones muy externas de trastornos emocionales y de sentimientos de cólera, envidia y hasta odio de uno o más integrantes de dichas familias.
Además, pueden tener una
causa fisiológica, es decir, un padecimiento físico-orgánico que limite los
alcances de la persona que la manifiesta y lo lleve desde al desaliento hasta
la frustración y que si no son bien atendidas y manejadas pueden desencadenar
mayores desequilibrios en quien las padece.
Sin embargo, quiero
destacar que, muchos de estos “males” tienen su origen, aún, más allá de la
psicología y la medicina; en una reducida concepción de la libertad humana,
entendida como un impulso o fuerza que lleva a hacer de mí lo que yo quiera,
con miras a mi única realización y bienestar egoístas “En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una
corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la
capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la
familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra
los demás, en orden al propio bienestar egoísta.” (Familiaris Consortio. No. 6)
La libertad así
entendida, lleva a los padres y los hijos situarse como la parte más necesaria
y fundamental del todo, la familia, acreditándoles a los demás integrantes el
carácter de innecesarios y dependientes de él; esto es, considerarse en un
puesto axial referente a los demás, un criterio, por supuesto egoísta, desde
todas las perspectivas.
Ante esta situación es
necesario hacer énfasis en crear conciencias en cada integrante de la comunidad
familiar, en los padres y los hijos, hablando de una familia nuclear (formada
por un padre, una madre y los hijos biológicos) que es la visión y estructura
más correcta de una familia, según la voluntad de Dios.
Tal conciencia parte de
un asumirse como “uno en el todo” y no como “el único y todo” Es decir, la
familia integrada por sus partes y cada una con un propio valor e importancia,
que no lo hacen más que los demás, sino uno como los demás; y en la medida de
que todos hacen esfuerzos por desarrollar aquello que les es propio de su ser
como hijas (os) o padres se irá logrando el dinamismo que lleve a la familia
por mejores caminos.
No olvidemos que el
seno familiar es la primera comunidad de vida, es donde se gestan personas con
intereses comunes, más allá de los particulares y que será en la medida de que
cada uno concientice y haga lo correspondiente para lograr los objetivos del
todo familiar, modificando, así, la actitud egoísta por una actitud de servicio
y amor a los demás.
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