Miércoles XXX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».
Algo para la reflexión
Por: José Gilberto Ballinas Lara
El Señor Jesús está de camino a Jerusalén, sabedor que tenía que dar testimonio del Padre cumpliendo su voluntad. Pero mientras camina iba enseñando. ¿Cuáles eran las enseñanzas del auténtico Maestro? Sencillo, enseñaba la Verdad, verdad incomprensible y hasta ofensiva para los orgullosos y soberbios.
San Lucas describe que alguien le preguntó ¿son pocos los que se salvan? Seguro que muchos de los que seguían y escuchaban a Jesús compartían esta inquietud que, permitan que lo asemeje con esta otra pregunta ¿Será posible salvarse con las exigencias que Cristo nos pide? Dios es sabio, más aún, Él es la sabiduría plena. Dios hizo todo bien, nos comenta el libro del Génesis; entre su creación está lo más valioso, el hombre. Dios en su omnipotencia hizo al hombre capaz de buscar la plenitud de sí y su propia perfección. Claro está que el hombre no puede prescindir de su Creador para lograr esos objetivos, o más bien, en la medida de que esté unido a su Dios podrá conseguir sus anhelos de felicidad y perfección.
Esto se contempla en la respuesta de Jesús «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’.
¿Quién elige entrar en una puerta estrecha habiendo otra más ancha? ¿En qué cabeza cabe? Como mencioné al principio, el mensaje de Cristo (La verdad que anunciaba a los pueblos de Israel) era motivo de confusión y de ofensa para los supuestos sabios orgullosos de Israel, en parte porque ellos se sentían poseedores de la verdad definitiva respecto a la revelación de Dios; su soberbia les cegaba y no les permitía ver sus limitaciones. Cristo fue, es y seguirá siendo la Luz de la verdad, en Él mismo se revela todo. En La cruz, Cristo nos da muestra de que la verdad de Dios, su Voluntad es superior a las verdades y voluntades humanas. Dicho mensaje era más fácil de aceptar por los excluidos, marginados, pobres, ya que ellos por su situación de dolor, sufrimiento no experimentaban orgullo o soberbia alguna y eso les permitía aceptar el mensaje de Jesús, un mensaje lleno de esperanza y vida eterna. La puerta angosta, pues, era, entre otras cosas, dejar de lado el orgullo y soberbia y dejarse moldear por Cristo y su palabra.
Así entonces los pobres, los humildes son los que aceptan su limitación y reconocen su necesidad de Dios para lograr sus anhelos de felicidad y perfección.
Oremos a Cristo para que nos conceda una actitud de sencillez y humildad para acoger su mensaje y hacerlo vida, llevando con ánimo alegre la propia Cruz, y poder optar por la puerta angosta. De este modo alcanzaremos la salvación por Cristo, como lo han hecho los auténticos sabios (Los santos y santas de Dios).
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