Viernes XVII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel
tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal
manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa
sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se
llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y
sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le
viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les
dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y
no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.
Algo para la reflexión
Por: Gilberto Ballinas
Cristo
en pleno ministerio de evangelización se encuentra de paso con su realidad
particular. Regresó a su patria y fue fuertemente cuestionado por sus compatriotas
¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus
hermanos Santiago, José, Simón y Judas?, tal como nos narra hoy el
evangelista san Mateo
Ellos
no pudieron ver a Cristo, el Hijo de Dios, vieron a Jesús el hijo de José el
carpintero, porque desde el primero momento el antecedente de haber visto y
convivido en lo cotidiano y común con Jesús, María y José, colocó en ellos como
un vendaje en sus ojos. Esto hizo que Jesús no realizara prodigios como en
otros lugares, la fe de sus compatriotas era nula.
¿Cuántos
de nosotros nos damos a la tarea de juzgar a nuestros hermanos cuando están
realizando algún servicio en la Iglesia, por el simple hecho de conocerlos en
su vida familiar, sin tomar en cuenta que, lo valioso, es el mensaje que Cristo
quiere transmitirnos por medio del hermano(a)? ¿Por qué señalamos al hermano que en verdad quiere mejorar su vida espiritual y se esfuerza por hacer la voluntad de Dios, destacando únicamente sus errores y omitiendo sus virtudes? ¿Nos está permitido juzgar sabiendo que, como humanos, tendemos a cometer errores en nuestros juicios y que
el único facultado para juzgar a los demás es Cristo? El Señor nos habla a través de sus hijos. Especialmente, de aquellos que, quitándoce la venda de los ojos, han descubierto el amor de Dios y quieren que otros, ciegos como antes eran, encuentren ese mismo amor del Señor.
Por
otro lado, Cristo está presente en nuestras vidas. En lo cotidiano, en lo común
se hace presente para comunicarnos su voluntad. ¿Estamos nosotros listos y
preparados con la fe firme en Él para descubrirlo? o ¿A semejanza de los compatriotas
de Jesús, somos incapaces de reconocerlo, en ese hermano, que insiste en que dejes tu soberbia y tu vida de maldad, para que te humilles ante la gran Misericordia de Cristo?
Pidamos al Señor nos permita quitarnos la ceguera y poderlo contemplar en las personas y acontecimientos, para descubrir su voluntad y así, renovada nuestra fe, pueda realizar prodigios en nuestra vida.
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