Texto del Evangelio (Lc.
9, 18-22) Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él
los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice
la gente que soy yo?»
Ellos respondieron:
«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los
antiguos había resucitado.»
Les dijo: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.»
Pero les mandó
enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
Dijo: «El Hijo del hombre
debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»
Para la
reflexión
Por: José Gilberto
Ballinas Lara
Amigas y amigos: Hoy es
un hermoso día para descubrir al Señor en nuestras vidas, y en eso nos ayudarán
los hermosos versos del evangelio de hoy.
Ayer leímos que Herodes
intentó conocer a Jesús, pero no puedo hacerlo porque Él se retiró con sus
apóstoles hacia otro lugar llamado Betsaida. Aún así muchos se enteraron y
fueron a seguirlo. Cristo no desprecia a esa multitud, por el contrario, la acoge
con amor: les hablaba sobre el Reino de los Cielos y sanaba a los enfermos. Por
si fuera poco, obró un prodigio más a favor de todos ellos, les dio de comer multiplicando
aquellos cinco panes y dos peces. En
este contexto sucede lo que los versos del evangelio de este día nos brindan
para alimentarnos de la exquisita Palabra del Señor.
Así entonces, Cristo que
se elevaba a su Padre mediante la oración profunda y acompañado de sus
apóstoles les pregunta a éstos: “«¿Quién dice
la gente que soy yo?»” pregunta un tanto fácil si tomamos en cuenta que
ellos acababan de ir a misionar, en nombre de Jesús, a distintos pueblos,
recogiendo directamente las impresiones de las personas con quienes interactuaron.
La respuesta de sus elegidos no se hizo esperar: “«Unos, que Juan el Bautista;
otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.»” Sin embargo, el Maestro va más
allá haciéndoles la pregunta esencial y personal a sus elegidos: “«Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?»” A diferencia de la anterior esta interrogante es
compleja y trascendente y su respuesta requiere de un ejercicio exhaustivo de
reflexión de quien la responderá.
El texto de Lucas no lo
especifica pero seguramente que todos se habrán quedado atónitos y
desconcertados por la segunda pregunta de su Maestro. Tanto fue así que el
único que responde y de manera acertada es el apóstol Pedro, seguramente
inspirado por el Espíritu Santo. Sólo Pedro reconoció la condición mesiánica de
Jesús y Cristo mismo reafirma la respuesta del apóstol al descubrirles “«El
Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»”.
En mi breve y humilde
reflexión de ayer dije que el mundo se encuentra en una crisis existencial y,
sobre todo, de fe en Dios. Hoy el hombre quiere asumir una condición
superior a
la que le corresponde, ya que se está colocando como el punto de partida para la
explicación de todas las realidades, entre ellas, la vida y la muerte, el amor,
la dimensión sexual de la persona, etc. Ante este panorama Cristo nos pregunta
ahora, a nosotros que le hemos conocido y le seguimos, “«¿Quién dice la gente que soy yo?»” y seguramente podremos
responderle que para gran parte del mundo Él es un mito, o una auténtica
mentira. Sin embargo, al igual que como lo hizo con aquellos apóstoles, hoy
también nos lanza aquella segunda pregunta que, como dije, desconcertó a sus
seguidores “«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»”
Para poder responder a
esta cuestión tenemos que hacer un alto a nuestra vida, y, en medio de la
oración a Dios, descubrir quién es Él para cada uno de nosotros, y si
descubrimos que no podemos responder como lo hizo Pedro, pidamos la ayuda del
Espíritu Santo para comprender mejor nuestro ser de Cristianos y a partir de
entonces hacer lo necesario (Fortalecernos con la lectura reflexiva de la Palabra
de Dios, la participación asidua en los Santos Sacramentos, profundizar la vida
de oración y prácticas de piedad, etc.) para redescubrir al Señor en nuestra
vida y, a diferencia de aquel tiempo cuando Cristo les ordenó no decir a nadie
su condición mesiánica, hoy salgamos convencidos de nuestra fe a dar testimonio
de Jesús en este mundo en decadencia.
Que hoy, que celebramos la memoria de San Pio de Pietrelchina, por intercesión de este gran testigo de Cristo, podamos redescubrir a Cristo en nuestra vida, para amarlo y darlo a conocer como único y verdadero Dios, y Salvador.
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