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Mt 9,18-26: "En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo:
-Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.
Jesús lo siguió con sus discípulos.
Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió, y al verla le dijo:
-¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
-¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca"
¡Palabra del Señor!
REFLEXION PARA LA VIDA
Por: Gilberto Ballinas
Esta ocasión, la liturgia nos brinda un pasaje del evangelista San Mateo, que nos ilumina, muy bien, la realidad actual.
Dice el evangelista que Jesús, explicando aún sobre la controversia del ayuno, a unos discipulos de Juan el Bautista, se acercó a él un jefe de la Sinagoga y se postró ante su presencia. ¿Una persona tan importante como ese magistrado hacer tal gesto? ¿Humillarse ante Jesús? Y por si fuera poco manifestar su produnda fe hacia él diciendo "pon tu mano...y vivirá".
Mateo enfatiza que el Jefe de la Sinagoga reconoció, de algún modo, la divinidad de Jesús. Pudo haber escuchado sus discursos, su predicación. Quizá fue testigo de sus proezas. Como haya sido, él se acerca al Maestro, lo reconoce, hace a un lado su condición de jefe y se humilla, sin dudar que Jesús podría devolver la vida a su hija muerta. Lo cual, acontece.
El otro caso, el de la mujer que padecía flujo de sangre demuestra, también, la enorme fe, pero ahora de una pobre y desdichada mujer. Ambos personajes descubrieron a Dios en Jesús y acudieron a él, sin duda alguna, con una fe muy firme de que recibirían el favor requerido.
Nuestro mundo, asotado desde finales del 2019 por una enfermedad fisiológica, ve con temor la vulnerabilidad del ser humano y la realidad de la muerte. A estas alturas, ni la ciencia ni el conocimiento humano han podido solucionar los grandes problemas de Salud existentes, entre ellos la actual Pandemia.
Es momento de romper nuestros erroneos esquemas materialistas y ateistas, y buscar al Señor Jesús. Buscarlo, para conocerlo y recibir de él la fe cristiana, sólo el Señor y una inquebrantable fe en él, nos puede salvar de las enfermedades físicas (como el Covid-19), y espirituales (como la vanagloria, la soberbia, la desesperanza, el odio, el culto a la muerte, la perversión sexual, etc.) Para ello, es necesario imitar al jefe de la Sinagoga y a la mujer con flujo de sangre. Una vez que descubramos a Jesús en nuestra vida, debemos acudir a él doblando nuestras rodillas, y, con profunda fe, implorar su misericordia sobre nosotros, sabedores que el Señor nos concederá aún más de lo que necesitamos, nos dará siempre lo mejor para nosotros.
Con fe y esperanza acudamos a Cristo.
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