Santa María, modelo inigualable de fe, esperanza y amor a Dios


Por: Gilberto Ballinas

Nuestro mundo actualmente sometido, casi por completo, por la agobiante realidad que representa el miedo a la enfermedad y la muerte, desencadenada por lo que muchos llaman “Pandemia de SARS Cov-2”, busca constantemente, una respuesta convincente y generadora de esperanza ante dicha incertidumbre.

Hasta antes de que se decretara dicha “Pandemia” la fe cristiana en el mundo parecía, en muchos casos, ser desestimada y, en otros, hasta falseada por muchos “pseudo-creyentes”, gracias a los anti-testimonios de estos últimos. Esto generaba que muchos sectores del Pueblo de Dios cayeran en el conformismo y la indiferencia de la fe que profesa la Iglesia de Cristo. De modo muy general, la misión de la Iglesia, de pregonar el Evangelio por todo el mundo, se veía comprometida por la escasa fe y la falta de un profundo amor a Dios y a su Palabra.

En este sentido, la persona de la Virgen María, tiene un enorme contenido que nos puede y debe ayudar a profundizar en la fe, en nuestra propia fe cristiana, así como en el escaso o nulo amor que le tenemos a Dios. Por ahora, basare mi breve reflexión sobre el testimonio que nos ofrece, de Santa María, el escritor sagrado San Lucas en el texto siguiente: Lc 1, 26-38.

La cita referida expresa: "Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, Maria, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel."

¡Palabra del Señor!                                 

La plenitud de los tiempos había llegado. El Mesías prometido por Dios a su Pueblo Israel, estaba por llegar. ¿Cómo sería esto? María, la mujer predilecta de Dios, había sido elegida para traernos, a este mundo, al Salvador.
Esta humilde nazarena, fiel en todo a su Dios. Recibe la visita del Ángel mensajero para darle a conocer, la misión tan grande, que Dios Padre habría de darle. Ser la Madre del Mesías esperado.
Su humildad, su fe y profundo amor a Dios, salieron a relucir con la aceptación total y definitiva de la Voluntad divina. ¿María entendió lo que pasaba? ¿Concebir un hijo sin participación de varón? ¿El Espíritu se posaría sobre Ella? Algunos teólogos se atreven a decir que es probable que María no comprendió mucho del acontecimiento. Pero, que su íntima unión con Dios, y su enorme fe y amor hacía Él, fue suficiente. Eso bastó.

¡Qué enorme ejemplo de humildad! Ante el temor y la incertidumbre, María dice ¡Sí!   Se cataloga como esclava de su Señor. María se rebaja hasta ese nivel. Ella estaba para cumplir cualquier petición de su amado Dios. Fuera cual fuera. Sin importar el sufrimiento, o dolor que haya qué padecer. Un esclavo, no tiene más realidad que la que su dueño o Señor le permite. Está sometido plenamente a su poseedor. No tiene más opción. ¿Pudo negarse? Desde luego. Pero, como dije al principio, su amor a Dios le dio la confianza para aceptar su Voluntad.

¿Qué nos brindan a nosotros estos versos. Más aún, el acontecimiento mismo de la Encarnación? La certeza de que Cristo es nuestro Señor y Salvador. Y, al igual que María, sólo a Él debemos servir y obedecer. ¿Cómo lograr saber lo que Dios quiere de nosotros, y sabiéndolo, cómo aceptarlo sin restricciones o condiciones? Veamos a María, una mujer de oración (que se deleitaba de esa comunicación y unión con su Dios), que despreció totalmente las obras del maligno, que se despertaba, vivía diariamente y, por las noches, descansaba pensando en su Señor, todo por y para Él.
La autentica fe genera esperanza y ambas desembocan en un amor pleno y único a Dios. Esto nos convierte en hijos amados y que aman a Dios, capaces de superar cualquier adversidad, incluida, claro está, la misma muerte. Cristo es la realidad de realidades. Solo Él puede dar respuesta y esperanza a cualquier situación o problema humanos.

¿Estamos en comunión con Cristo? ¿Nuestra vida se ve en relación a Él? ¿Es mucho pedir? ¡No! Es nuestra necesidad y obligación como Bautizados. Al recibir el signo definitivo e indeleble del bautismo nos convertimos en Hijos de Dios y miembros de su amada Iglesia. Heredamos, por los méritos de Cristo, la dignidad de hijos del Padre, nos consagramos a Dios por el sacerdocio de Cristo, y estamos llamados a la misión de dar a conocer a los demás el Evangelio, por nuestra nueva condición profética.

Para poder realizar nuestra misión debemos esforzarnos por consolidar una fe y un amor a Dios tan firme que nada ni nadie pueda confrontarla ni hacerla desfallecer. María es el ejemplo más claro y definitivo de fe y amor cristianos. Imitémosla. Demos siempre el ¡Sí! a la Voluntad de Dios.
Roguemos a nuestra Madre Bendita para que nos ayude a aceptar a su Hijo como nuestro Señor y Salvador. Para profundizar en la fe mediante la meditación de su Palabra, la oración profunda, y la vivencia de los sacramentos. Sólo así, podremos entender y aceptar (sin pretextos, ni condiciones)  la voluntad que Él tiene para cada uno de nosotros, sin importar lo sufrido que "ella", la Voluntad de Dios, pueda parecer.

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