Gilberto Ballinas
Algo pasa en nuestro país, y no nos referimos a la ola de problemas sociales que lo embargan y que tienen a muchos mexicanos con el “Jesús en la boca”. Nos referimos a un acontecimiento religioso que es capaz de mover a gran parte del país y de centrar la atención en una persona, la Santísima Virgen María en su advocación de “Virgen de Guadalupe”.
Aunado a esto, nuestra Iglesia Católica, ha iniciado ya un nuevo año lleno de grandes esperanzas. El Adviento tiene al Pueblo de Dios en plena preparación a celebrar el Misterio de la Encarnación de Jesucristo, que celebramos en la Navidad.
Hemos dicho al inicio que nuestra realidad es muy difícil, tanta violencia, tanto desconcierto, tiene al país abrumado, a las familias en estado de alerta por los múltiples factores que hoy en día atentan contra su naturaleza y unidad; a tantas personas que, ante esta realidad, optan por el indiferentismo y el sin sentido de la vida, como si estos fueran la única opción, dejando de lado la Esperanza.
Ante esta realidad, es precisamente la “Esperanza” la que puede iluminar nuestra vida, la de nuestras familias y, claro, la de nuestro país. Ahora bien, no es una esperanza cualquiera, es la esperanza en aquél que es la fuente de la vida, Cristo Nuestro Señor.
En este sentido, la devoción a “La Guadalupana”, como los mexicanos acostumbramos nombrar a la Santísima Virgen, es fuente de fortaleza y de esperanza. Nuestro país se detiene un poco, vuelve su mirada a Cristo por medio de la Virgen María, la mujer que dio un sí radical a la Voluntad de Dios, recibiendo en su vientre virginal al Verbo de Dios, de modo que tomara la condición humana y nos trajera, así la salvación y nos devolviera la esperanza de la vida, llevada a su plenitud por la obra de Cristo.
La Virgen de Guadalupe, que en el acontecimiento guadalupano trajo consigo un mensaje de esperanza y amor, en un primer momento a los pueblos indios de ese entonces, tiene ahora especial repercusión en nuestros días. La voz maternal de María que nos dice “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” hace eco en todos los mexicanos que, con un acto de piedad (peregrinaciones, novenarios de rezos, etc.), se acogen a la protección de la Virgen.
“Soy la Madre del verdadero Dios por quien se vive”, nos dijo también, por medio de San Juan Diego, nuestra Madre Bendita. Ella puede alcanzarnos las gracias de su amado hijo Jesucristo y derramarlas sobre todos, ella es la persona idónea que puede darnos la Esperanza que tanto necesitamos para afrontar nuestra difícil realidad.
Dejémonos abrazar por el amor de Dios manifestado en la presencia de la “Morenita del Tepeyac” entre los mexicanos y con nuestra fe puesta en Cristo hagamos de nuestra vida un constante grito de Esperanza en Aquél que vendrá lleno de gloria a rescatarnos definitivamente y nos llevará a la vida plena.
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